A su correo estoy muy hecha, la verdad. Es el único que he
manejado desde que me digitalicé, me puse una arroba pegada al nombre y pude dejar de bajar a la farmacia ocho
veces al día a recepcionar y enviar faxes. Que luego compraba -en “devueltas”
del favor- que parecía que tenía montado en casa un hospital clandestino.
No me quedaba otra. Era una periodista free-lance con
despacho en casa y sin infraestructura –ni un misero mueble vacío- para poner
un fax, o una fotocopiadora.
Pero para lo de dar noticias, la página de inicio de yahoo
es muy pero que muy mala. Primero te alarma para obligarte a abrir pestaña -en
los dos sentidos-, y luego provoca que se te escape un suspiro de alivio. Y una
ya no está para esos carruseles emocionales.
Me pasó el otro día. Leo preocupada un titular que dicta que
“si tus hijos te llaman mala es que eres muy buena”.
Ufff…. Me preocupa. Mucho. Que de mí no tienen mucha queja…
Abro, sigo leyendo, y descubro que el artículo es referente a la alimentación.
Algo así como que cuanto más tiempo tarden y luchen contra comerse la comida
del plato, mejor les estás alimentando. Y yo eso no… más bien todo lo
contrario.
A sus ojos, más bien soy la “pringada esa” que se viste a
las 22:30 de la noche y baja a comprarles sus cereales favoritos para el
desayuno porque los han devorado a la hora de la merienda. Y eso que estaban
escondidos en lo alto y todo.
También les dejo tomar refrescos con azúcar cuando su llanto
supera los decibelios soportados por mi frágil oído. Y no pienso que los
establecimientos de comida rápida sean antros de perversión colesteroidea. No. A
veces, hasta les convenzo yo para llamar a cualquier “bendito telebasura”
cuando se me pasa la hora de la cena y estoy cansada para sacar la olla exprés
–que pesa mucho y está guardada al fondo del todo-.
Y no, no me pienso pasar media tarde-noche cocinando unas
acelgas con bechamel para que mis criaturitas me las escupan a la cara o sobre
el mantel –si hay suerte-. No. Para eso tengo conocimientos de nutrición y sé
que las misma dosis de vitamina K que tienen la consigo yo echando una
cucharada de perejil fresco a sus macarrones. Tampoco me comen zanahorias ni
espinacas, pero sus cuerpos rebosan vitamina A y betacaroteno gracias a los
cacahuetes y a los pimientos –que les hago a la plancha- y el melón –que les
flipa-, y de momento ninguno lleva gafas.
La vitamina C la exprimo de las fresas y les hago unos
batidos que se toman de un trago, y para omega 3 y tal, un puding de merluza en
el que la merluza va tan disfrazada que aún no han pillado que tiene relación
alguna con el pescado. Lo llaman “la tarta naranja”. Y así con todo. Que en la
cena no admito dramas.
En el cole comen de todo, me dicen sus tutores curso tras
curso, y hasta repiten pescado cocido y coliflor cuando toca…
¡Serán cabritos! Cuando les pregunté si también daban cenas
y desayunos me miraron raro.
No me llamarán mala, pero se salen de percentil -a lo largo-
y es raro el día que se ponen
malos.
Además, he conseguido que las ensaladas sean para ellos “esa
comida especial” que a veces me ruegan que les haga. Toda una proeza. Que yo,
desde los 12 a los 26 años, la única verdura que comí fue la que venía entre
pan y pan en el Big King.