domingo, 5 de febrero de 2017

EL MÉTODO KONDO NO ES PARA MÍ


He caído, he consentido en que me prestaran el libro, decido seguir a rajatabla los mandatos de Marie Kondo y el sábado por la mañana me dispongo a dejar la casa con eco bajo su lema “deja solo lo que te haga feliz”. 



Empiezo por la ropa, que dice que es lo más fácil. Hago lo que ordena: sacarlo todo y dejarlo en el suelo. Antes tengo que pedir ayuda a unos vecinos y poner la cama de pie apoyada sobre a la pared, pero lo consigo.
A las cuatro prendas empiezo a sentirme un poco ridícula. Es que Kondo te sugiere despedirte de cada prenda con un “gracias por los servicios prestados” y la voz me sale un poco de falsete.
Me entra la risa floja cuando se las doy a un bolso horroroso, y decido hacer un corte de mangas a esas sandalias carísimas y matadoras que me provocaron un esguince mientras las meto en la bolsa. Si me ve Marie…
La verdad es que así me lo paso mejor, pero llega un momento en el que me canso de dilucidar si una prensa me inspira felicidad cuando la aproximo a mis mejillas y además lo estoy dejando todo perdido de maquillaje.

Decido probarme todo e inauguro una nueva clasificación: lo que me queda de coña y lo que me hace tripa, culo o chepa. Así es más fácil, aunque creo que tengo que ir urgentemente de compras.
Eso sí, como soy previsora y la esperanza es lo último que se pierde hago dos cajas en las que meto algunas-bastantes cosillas. Una se llama “para cuando adelgace” y la otra “por si engordo más, Dios no lo quiera”.

Sigo con el capítulo y ¡punto para mí! Resulta que sigo al pie de la letra uno de sus mantras: el de tener junta la ropa de invierno y la de verano. Más que nada yo lo hago porque nunca se sabe qué temperatura va a hacer y porque me dan mucha pena esas personas que al final acaban bajando de los altillos la ropa de verano el 2 de julio y luego no sacan la de invierno hasta el 18 de noviembre o cuando ya han tenido dos gripes seguidas. La gurú del orden estaría orgullosa de mi cajón fijo –que no estacional- de bañadores y pareos, justo debajo del de bufadas, gorros y guantes.

Empiezo a cansarme un poco, pero descubro lo de los bolsos. La verdad es que la idea es de reverencia con pirueta. Yo soy de comprar muchos y de usar el mismo tres años seguidos con tal de no hacer trasvase de los objetos que acumulo en él. Pero Marie Kondo tiene la solución: vaciarlo en una caja nada más llegar a casa y volver a llenarlo al salir. Por fin voy a ser una de esas señoras que combinan el bolso con lo que llevan puesto.

Sin embargo, no paso por eso de que los calcetines tienen alma y que tienes que hablarles al emparejarlos. Eso es imposible. Además, yo prefiero forzarles a relaciones inesperadas. Calcetín negro de deporte con media de seda color visón y tal. Me parece más romántico.  



miércoles, 1 de febrero de 2017

LO DE LOS DEBERES ESCOLARES YA ES LO DE MENOS

En mis ratos libres, después de las 10 horas de jornada laboral echando culo frente al ordenador, y de cumplir con la tareas de la casa, me saco 5º de Primaria y Segundo de la ESO.



Entiendo, mucho,  esas huelgas de padres negándose a que sus niños hagan los deberes del cole. Por los niños, que me dan penita tan pequeños y con jornadas laborables de 12 horas, pero por encima de todo, por los padres que se tienen que sentar a su vera cada tarde para ayudarles, preguntarles la lección o buscar material por internet para sus trabajos. 

El año pasado en casa no es que nos luciéramos con las notas finales. No debía estar yo muy fina, porque a pesar de los respectivos profesores particulares y mi tiempo de entrega a la causa -aunque fuera coloreando para que Criaturita 2 pudiera irse a la cama antes de pasar a terminología a.m.-, la cosa quedó bastante tristona.

Este año ya no van a extraescolares, ni al parque después del colegio. Porque o empezamos con las tareas a las 5 en punto de la tarde o no hay manera de cenar antes de las diez y de que vayan duchaditos al día siguiente.
Sin embargo, se me está resistiendo el power point -que ahora los trabajos los entregan en pendrive-, y aunque me he apuntado a un cursillo acelerado, no creo que Criaturita 2 saque más de un 4 en el trabajo de Science.

En mi época solo pedí ayuda paterna en dos ocasiones. Algo de física que se me resistía en 8º de EGB y en matemáticas con lo de los vectores.
Las ciencias nunca han sido lo mío. Lo sospechaba de siempre y ahora lo se. A mitad de 4º de Primaria me di cuenta de que había llegado a mi tope y subcontraté a una estudiante de arquitectura. No me quedó más remedio porque al niño le daba vergüenza que yo fuera a sus clases de oyente. Así que si me preguntaran en una entrevista por mi nivel de matemáticas tendría contestar que 4º de EP.

De todas formas, ahora deben ir bastante acelerados, y con esto de la LOMCE y los temarios nuevos, la verdad es que mis hijos se llevan tres cursos y dan prácticamente lo mismo. Una vez que criaturita 1 se dejó en el cole el libro de Lengua de 2º de la ESO, cogimos el de su hermana para repasar y al final aprobó.

Cuando hay algún extra –dentista, revisión médica, ir a comprar unas zapatillas para educación física o similar- casi deseo que les de un poco de febrícula por la noche –solo un poquito, claro- y no tengan que ir a clase al día siguiente.

Y ya ni hablo de esas bajadas desesperadas a los chinos del barrio a las 10 de la noche de un domingo porque Criaturita 1 se acababa de acordar de que tenía que llevar al cole al día siguiente un bote de colacao vacío, una huevera, una percha de metal y papel de seda verde claro para hacer nunca entendía qué.
Cada vez ocurre menos, pero sin embargo, no hay tarde que no tenga que bajar al locutorio de la esquina a que me impriman un mapa o fotos de animales para un trabajo.
No, no tengo impresora, ni quiero. Bastante oficina parece ya mi casa –que trabajo en una esquina de la mesa del comedor- como para meter ese mamotreto.

Pero lo que peor llevo es el Programa de Festejos de las dos primeras semanas de junio –que ya las quisiera mi pueblo-. Un año, me quedé sin vacaciones porque me las gasté todas en acudir cada día al colegio –a las horas más variadas e intempestivas- a ver la carrera de sacos de las Olimpiadas, el baile de fin de curso de los dos –pero cada uno una semana-, la obra de teatro general, la exhibición de yudo de uno, el baile de zumba de la otra, la muestra de lo que han aprendido en patinaje sobre ruedas... También tuve que asistir a la tómbola para becas, al partido de profesores contra alumnos, a la fiesta del AMPA y a la entrega de un reloj comprado por toda la clase a un profesor que se jubilaba.

Antes, también pedía días libres para ir a despedirles al autobús cuando se iban de excursión al Museo del Prado o similar. Un día falté y debí ser la única porque la niña no me lo perdonó en semanas bajo el llanto de “estaban todas y yo no sabía a quién decir adiós”. Pero ahí ya me planté y hable con unas cuantas madres –de confianza- para que tampoco fueran. Por lo menos ya no es la única.


Y es que el colegio es agotador. Lo bueno es que en verano se te olvida, y cuando el 15 de septiembre, después de tres meses de vacaciones, les dejas en la puerta tan contenta, ya no te acuerdas de la que se te viene encima.