He caído, he
consentido en que me prestaran el libro, decido seguir a rajatabla los mandatos
de Marie Kondo y el sábado por la mañana me dispongo a dejar la casa con eco
bajo su lema “deja solo lo que te haga feliz”.
Empiezo por la ropa, que dice que es lo más fácil. Hago lo
que ordena: sacarlo todo y dejarlo en el suelo. Antes tengo que pedir ayuda a
unos vecinos y poner la cama de pie apoyada sobre a la pared, pero lo consigo.
A las cuatro prendas empiezo a sentirme un poco ridícula. Es
que Kondo te sugiere despedirte de cada prenda con un “gracias por los
servicios prestados” y la voz me sale un poco de falsete.
Me entra la risa floja cuando se las doy a un bolso
horroroso, y decido hacer un corte de mangas a esas sandalias carísimas y
matadoras que me provocaron un esguince mientras las meto en la bolsa. Si me ve
Marie…
La verdad es que así me lo paso mejor, pero llega un momento
en el que me canso de dilucidar si una prensa me inspira felicidad cuando la
aproximo a mis mejillas y además lo estoy dejando todo perdido de maquillaje.
Decido probarme todo e inauguro una nueva clasificación: lo
que me queda de coña y lo que me hace tripa, culo o chepa. Así es más fácil,
aunque creo que tengo que ir urgentemente de compras.
Eso sí, como soy previsora y la esperanza es lo último que
se pierde hago dos cajas en las que meto algunas-bastantes cosillas. Una se
llama “para cuando adelgace” y la otra “por si engordo más, Dios no lo quiera”.
Sigo con el capítulo y ¡punto para mí! Resulta que sigo al
pie de la letra uno de sus mantras: el de tener junta la ropa de invierno y la
de verano. Más que nada yo lo hago porque nunca se sabe qué temperatura va a
hacer y porque me dan mucha pena esas personas que al final acaban bajando de
los altillos la ropa de verano el 2 de julio y luego no sacan la de invierno
hasta el 18 de noviembre o cuando ya han tenido dos gripes seguidas. La gurú
del orden estaría orgullosa de mi cajón fijo –que no estacional- de bañadores y
pareos, justo debajo del de bufadas, gorros y guantes.
Empiezo a cansarme un poco, pero descubro lo de los bolsos.
La verdad es que la idea es de reverencia con pirueta. Yo soy de comprar muchos
y de usar el mismo tres años seguidos con tal de no hacer trasvase de los
objetos que acumulo en él. Pero Marie Kondo tiene la solución: vaciarlo en una
caja nada más llegar a casa y volver a llenarlo al salir. Por fin voy a ser una
de esas señoras que combinan el bolso con lo que llevan puesto.
Sin embargo, no paso por eso de que los calcetines tienen
alma y que tienes que hablarles al emparejarlos. Eso es imposible. Además, yo
prefiero forzarles a relaciones inesperadas. Calcetín negro de deporte con
media de seda color visón y tal. Me parece más romántico.