sábado, 28 de enero de 2017

SER TRASNUGADORA. UNA DESGRACIA COMO OTRA CUALQUIERA

O un poco más leve… no quiero exagerar. ¿Pero peligrosa? Un montón. Los amigos te acaban cogiendo tirria, puede que hasta dejen de llamarte, y te ves obligada a sufrir de jet-lag cada fin de semana –y algunos jueves de guardar- sin salir del barrio.


Me explico. Los trasnugadores –si me lo permite la RAE- somos “aquellos seres humanos que nos acostemos a la hora que nos acostemos, abrimos el ojo a las 7 de la mañana”.
Puede ser un fallo genético, tendencia al insomnio o un despertador biológico adquirido después de convivir con hijos de los de “a las 6 de la mañana me despierto y te fastidias”… yo qué sé.
Pero claro. Sales y te pasas la noche haciendo la resta. “Si me voy a casa a la 1, me duermo a las 2 y son cinco horitas… “ y así no hay quien se relaje o divierta.
Sobre todo cuando miras con cara de asesina al que de repente decide que la noche es joven y que hay que tomar la penúltima en tal local y que no seas aguafiestas.

En cuanto hay confianza, empiezas a intentar convencerles de ir a cenar a las 7:30 de la tarde (¡viva el horario europeo!) y hasta de tomar algo después a las 9:30… aunque sea en un garito light, alegando que nos podríamos cruzar con nuestros hijos, y de paso ver qué hacen.

Cuando hago fiestas en casa solo invito a gente a la que puedo echar a la 1 de la madrugada sin contemplaciones. Les basta verme abrir la cama o volver con los hielos de la cocina ya con el pijama puesto para irse. De lo más observadores. Saben de mi problema y son de lo más empático. Además, justo en el portal hay un local al que siempre les puedo mandar a acabar la fiesta.

Porque yo, si ya son más de las 4:40 a.m. cuando entro en casa, prefiero no acostarme y ponerme a trajinar por la casa.
¡Cuántos cajones ordenados gracias a esa última copa que alguien se ha empeñado en tomar!, ¡cuantos cristales relucientes a consecuencia de esa amiga entregada que no es capaz de marcharse de los sitios hasta que se encienden las luces!, ¡cuántas limpias de mail propiciadas por una cena de “odioso segundo turno”!...

Tengo una amiga que me entiende… una vez para intentar ganar tiempo y dormirse nada más llegar a casa, se sacó un somnífero del bolso –no me dejó ver la marca, pero debía ser muy fuerte- y se lo tomó después del segundo plato. Pero no se lo recomiendo a nadie. La tertulia se alargó y terminó con el pelo manchado de tarta de queso y las cervicales destrozadas.


Los conciertos que empiezan a las 8:30 y terminan a las 11 de la noche son los mejores. Si hay teloneros, no voy. Y lo mejor que me pueden proponer es un plan de merienda-cena.  ¿Mi boda? Fue por la mañana, y a las 8 de la tarde estábamos estrenando casa. Como para empezar un matrimonio con buen pie después de dormir solo 2 horas…

jueves, 26 de enero de 2017

HE VUELTO AL COLE

Y no me refiero a tutorías de emergencia o para aplacar las iras de algún profesor para con alguna de mis criaturitas. Me he matriculado en un curso, y de momento, parece que solo me sirve para no picar entre horas de 9 a 2 (aunque eso ya es…).



Me explico. No es que el curso sea malo, ni los profes unos inútiles. ¡Que va! Es de lo mejorcito. El problema es que me perdí a los diez minutos de la clase 1 y ya no tuve forma de seguir el hilo. El master se llama “Community  Manager y Marketing Digital” y no sé en qué demonios estaba yo pensando cuando decidí que tenía que reciclarme y tiré por ahí segura de que le iba  a dedicar 100 horas intensivas en dos meses. Creo que me costaría menos sacarme una ingeniería.

Quizá fuera esa sensación de terror que experimentaba cada vez que hablaba de algún tema digital –o no- con alguien menor de 35 años y solo pillaba los artículos y conjunciones de cada frase –que ni siquiera los verbos-.
Me empecé a acojonar con eso de “ahora me quedo sin trabajo y a ver a dónde voy, porque de idiomas voy justita y ya tengo una edad y tampoco estoy tan buena, y el futuro está en las redes y yo lo de hacerme la tonta lo bordo, pero lo de hacerse la lista es más dificil…” Y resulta que lo de mandar whatssaps adjuntando fotos y tener seguidores en twitter no nos convierte ni siquiera en “digitalismos nivel usuario” y que si no controlas una cosa que se llama “buffer” y que tienes que agregar a tus ¿aplicaciones? de twitter no eres nadie.


A lo que voy, que me apunté en octubre, pero había lista de espera y no me han dado plaza hasta ahora.
La última vez que estuve en un aula fue el septiembre de mis 22, y volver a los 44 –justo el doble- es muy duro. En la carrera nunca me perdí, hasta levantaba la mano cuando preguntaban algo. Pero claro, vete tú a una clase de esas con pantalla digital conectada a ordenador en vez de pizarra, y con un ordenador para ti solita en vez de libreta cuando has perdido las gafas progresivas.
Después de encender el ordenador –para ser justos, de que me lo encendiera el chavalín de al lado, porque era un PC y yo solo controlo el Mac- coloqué sobre la mesa el móvil en silencio –soy trabajadora freelence y madre-, la botellita de agua y dos pares de gafas, las de cerca y las de lejos. Pensé que era la solución, pero aquello iba tan rápido que entre que el profe explicaba en veinte segundos en pantalla el paso 1 para crearse un blog en wordpress, ir a un banco de imágenes gratuíto, registrarse, tunear una foto, insertarla, ajustarla y volver a mi ordenador para hacer lo mismo perdía el hilo cambiándome de gafas y cerca estuve de saltarme un ojo con las patillas de las de lejos.
Lo bueno de ir al cole a mi edad es que puedes largarte de clase cuando quieras y nadie te pregunta, ni te ponen falta, ni llaman a tus padres… Fue lo que me planteé pasadas dos horas de clase y cuando vi que el chico de al lado se cambiaba de sitio porque ya era la octava vez que le ponía mi ratón en su mano con mirada de súplica –por favor que no me denuncie por acoso de menores-. Pero lo bueno de los 44 es que también te sale una especie de “no van a poder conmigo estos millenials que no habían nacido cuando yo bailaba sobre los bafles de Joy” que te mantiene aferrada a la silla.
A las tres horas nos dijeron que la clase estaba siendo grabada por una cámara que estaba situada justo detrás de mí y me entró un poco de agobio, pero se me pasó en cuanto empezamos la clase de Linkedin –me abrí una cuenta un día pero se me olvidaron la contraseña y el nombre de usuario y no he vuelto a entrar- y nos dijeron que cuando cotilleas un perfil quedas registrado y se sabe. Eso si que fue un ataque de ansiedad en toda regla. Pero como tengo ya esa edad, pude coger el bolso y tomarme un lexatín despertando envidias alrededor –igual los vendo en la puerta y me subvenciono el curso-. Por lo visto, para cotillear fotos de las actuales novias de tus ex es mejor Facebook, que no deja rastro, y Linkedin es una red muy seria y profesional que solo miran tus posibles futuros jefes si te van a contratar. Así me va…

No sé si volver mañana. Toca Google+ y hay que crearse una empresa on-line, si me entero de algo os iré contando.